Aquí se viene a jugar con las palabras. A vaciar nostalgias. A comprender miradas y silencios. A compartir sin disfraces. Con seudónimo pero el alma verdadera...

miércoles, 7 de octubre de 2020

Vivir sin tí...

Todavía era atractivo. Iba a cumplir los sesenta con bastantes kilos de más, a pesar de haber perdido veinte en los últimos meses. Tenía algo... Pertenecía a una de esas buenas y numerosas famílias de la zona alta de la ciudad de bonito apellido compuesto, vinculado al sector legal. Parecía un tipo solvente y fuerte, además de serio y seguro de sí mismo. Y tenía unos ojos azules inquietantes y saltones que le aportaban un aire informal y poco distinguido.

Su esposa era de sus mismas características de orígen, quizá incluso mejores, y había sido especialmente bella, tanto como para que la gente se preguntara qué hacía casada con su marido. Tanto tiempo. Treinta años de matrimonio y tres hijos después seguían juntos. Era alta, delgada, esbelta, morena y con una media melena muy lisa y brillante. Reía a menudo y era dulce y cariñosa, de buen carácter.

Durante la pandemia de 2020 se dividieron: él se fue al chalé de la playa con su suegro y la hija menor. Ella se quedó en el piso de la ciudad, con los otros dos hijos varones y Hulk, el pastor alemán de la familia, que iba por los quince, renqueante y tranquilo. Cada cuál vivió el confinamiento a su manera y se dedicó a lo que pudo: estudio, lectura, mucha televisión, bricolaje, jardinería, juegos de mesa, meditación... Un poco de todo.

Él eligió entregarse a la bicicleta estática y a cortar el césped. Llegó a tenerlo impecable; como nunca. Ella a leer filosofía advaita y a buscarle el sentido a la vida. Dos formas bien distintas de plantearse los sesenta que ambos estrenarían antes del fin del año.

El día en el que por fin pudieron reencontrarse, tras tres meses de separación, él regresó de manera un poco automática a la casa de la ciudad y en la cocina se acercó a su esposa con la intención de besarla en la mejilla y abrazarla con cariño. Ella le detuvo alzando las dos manos con las palmas abiertas y, muy solemne, le dijo: “Ahora sé que puedo vivir sin ti. Y es lo que quiero hacer durante el resto de mi vida”.

Él recogió sus cosas sin entender qué estaba sucediendo y desde entonces vive en casa de uno de sus muchos hermanos, mientras decide en qué momento de sus treinta años de matrimonio la perdió para siempre, convencido de que ella le amaría eternamente.

1 comentario:

No serás de l#s que creen que intimido y por eso no comentan nunca, ¿verdad? :) ¡¡Venga!! ¡¡Anímate!!

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Si. Claro. Cómo si fuera tan fácil hacer una definición completa y, además, ecuánime de una misma a estas alturas de la vida... Creo que, por lo menos, necesitaría un fin de semana. ¿Hace? ¿Si? :)

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