A partir de hoy me toca cuidar. Mucho. Intensamente y en hospital. No se sabe bien hasta cuando.
Y hacer turnos con muy poca gente, lo que supone largas jornadas con alguien a quien habrán practicado una cirugía mayor.
No es por quejarme, o sí, pero empiezo a encontrarme mal.
No de dolor. De miedo, quiero decir.
Nuevo miedo desbloqueado. Ahora que empezaba a controlar la otra larga lista de angustias. Cachis.
Es ese miedo a que cambie todo de repente. Ese miedo irracional a que salga mal. A tener que tomar el control de la situación cuando la situación general de esta puñetera luna en Leo me tiene secuestrada desde hace semanas. Y lo que me queda.
Yo procuro hacer poco ruido, caminar descalza, respirar a bocanadas pequeñas para pasar desapercibida y que las hostias se repartan entre más personas que solo yo. Por si acaso.
Recuerdo nítidamente cuando hace ya unos veinte años una doctora nos comunicó a un par de hermanas y a mi que mi madre se estaba desangrando y estaba descoagulada. Que si la vitamina K que le estaban suministrando no funcionaba, pues que se iría, porque no había nada más que pudieran hacer, a su edad.
Yo estaba de pie apoyada en una pared blanca. A mi derecha, también de pie, una hermana (no de las preferidas precisamente). Un poco más allá, también a la derecha, mi otra hermana (con esta sí que sí) y su marido.
A mi izquierda una silla de esas blancas, básicas y de plástico con bolsos y abrigos o chaquetas.
Como si fuera yo un cartoon y a cámara lenta, empecé a deslizarme hacia abajo con la espalda siempre pegada a la pared, porque se me estaban doblando las rodillas y no podía rectificar.
La vista se me nublaba y tampoco podía hablar. Simplemente, me caía. Y no me daba cuenta.
La hermana tonta dijo que me estaba desmayando, aunque era mentira. Pero ella es así. Todavía lo cuenta para demostrar lo débil que soy aunque parezca tan fuerte.
Tiene razón.
La hermana mona corrió a mi lado, me sujetó por los hombros y me acompañó a sentarme en la silla blanca, básica y de plástico.
Lo que no recuerdo es como logré recomponerme.
Tampoco sé cómo mañana a las 7h00 voy a poder acompañarla para que ingrese en quirófano directamente. Ni cómo voy a pasar las 7 horas, por lo menos, de operación y reanimación, esperándola.
Ni las siguientes horas en las que va a estar grogui, con sueros y tubos y cosas desagradables de ver y oler. Odio el olor a hospital.
Ella, tan fuerte siempre, tan preocupada por la salud de todos, tan vigilante y ángel de la guarda.
Ella, se tambalea. Y de pronto cambian las tornas y debo cuidarla yo a a ella. Siempre ha sido al revés, siempre ha suplido un poco a mi madre, desde que falta.
Hace rato que tengo ganas de llorar...
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