A menudo me pregunto qué haré cuando deje de llevar esta misma vida.
No sé si me gusta o no. La vida que llevo, profesionalmente hablando, quiero decir. Esta no es la cuestión.
El hecho es que mi cabeza vuela de idea en idea, trato de recordar temas pendientes, asuntos que por mil razones quedan en el aire. Todo el día.
Tiro de memoria y no me gusta.
Todo el mundo me dice que es una suerte tener la cabeza ocupada, en general.
Y es por eso que pienso si me bastará leer, ir al gimnasio, caminar, darme masajes e ir a la pelu. Tal vez, viajar. Si podré seguir activa físicamente y hasta cuándo.
También sé que no podemos dar nada por seguro. Mucho menos en el amor o en una relación.
Hay que ganarse el puesto cada día. También el que tenemos en el corazón de otra persona.
Soy de las que cree, ahora más que nunca antes, que los votos se renuevan a diario, que hay que decidir si se sigue o se deja. Pero recurrentemente, mirando por el rabillo del ojo.
Es un test que me ha funcionado siempre: puedes estar mejor o peor con tu pareja. Pero yo, al mirarla de una determinada manera, sé si siento, si quiero seguir besándola, amándola, respetándola y haciéndola crecer.
Querer y ser querida.
Cuidar y ser cuidada.
Equitativamente, claro.
En caso contrario, deviene en abuso...
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