A veces caricia, a veces dardo. Es la magia de la fuerza de lo que decimos, que puede hacernos crecer como gigante, sentirnos invencibles o reducir a cenizas un sueño, la vida.
Por eso es tan importante la consecuencia entre lo que pensamos y lo que sale de manera inconsciente, desvelando lo que de verdad sentimos. Sale. Imparable e inevitablemente. Surge inconteniblemente porque es la verdad. Así de simple.
La mentira, a veces, es más difícil de regurgitar. Solo a veces.
También por esa importancia incalculable de lo que decimos es por lo que hay que ser cuidadosa antes de barrer a otro del camino, de la partida o de un proyecto, por ejemplo. Siempre que la voluntad no sea, claro, la de doler a quién nos rodea...
Y esto es especialmente importante ahora que los universos se están reduciendo a microcosmos y las presencias son cruciales y escasas.
Pero lo que sentimos, lo que tenemos instalado en el alma, las pasiones surgen a borbotones, sin saber ni sentir ni reconocer ni, evidentemente, calcular el verdadero impacto que unas palabras pueden tener una vez fuera de nosotras mismas...
Y eso me recuerda a una popular frase sobre la sinceridad. Dice algo así como que quienes creen que decir siempre la verdad es lo correcto, deberían revisar las maneras para no instalarse en la crueldad. No es exactamente así, pero vamos...
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