Me siento fuerte y valiente. A pesar de que hoy he vuelto a donar energía en un abrazo largo de dos vueltas a un cuerpo con una vida entre paréntesis que aguarda el quirófano. Todavía. Después retomará los tratamientos y nadie sabe hasta cuándo no va a llegar el alta...
Algo así te reubica en el universo y te hace relativizar, de verdad, intensamente. Cada paso que damos, el gesto de abrir una puerta, pensar con agilidad, ser capaz de conducir, volar, sentir, amar, teclear algunas letras y palabras, correr, cantar, planear la más pequeña de las cosas o llevar unos billetes en el bolso.
Muy a menudo recuerdo que los hospitales están llenos de gente que sufre, mientras otros siguen en infinitas listas de espera para ser intervenidos. La angustia de ir contra el tiempo y el avance de la enfermedad, el deterioro. Esa prisa inevitable e imbatible que caisa la impotencia.
Suerte que mis pilas iban cargadas. De besos, abrazos, regalos, mimos, muchas caricias y un codo a codo improvisado que me encantó, bajo las estrellas, entre canciones. Suerte que, a pesar del cansancio, me sobra energía y la he regalado feliz, durante un largo paseo como a cámara lenta, bajo el sol que evitábamos a toda prisa, por calles pequeñas y silenciosas del barrio que no conocía y le he ido enseñando como quien muestra un secreto.
Me queda su cuerpo y las lecciones que aprendo cada vez, cuando me habla y me cuenta que pocos planes se pueden hacer, en realidad, porque luego se acaba teniendo que improvisar...
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