Vas conduciendo por carreteras de interior, estrechas, entre viñas y árboles frutales en plena floración.
Adivinas la primavera.
Ni un coche por delante o por detrás.
Aminoras la velocidad porque ahora ya vas sin prisas ni estrés. Tienes tiempo para llegar a todas partes y das menos gas que nunca.
Limitas la velocidad, modo automático, y observas el cielo más azul después de las lluvias fe la semana pasada.
La tierra verdea.
La carretera serpentea.
Por la radio una chica de voz preciosa y nada nasal, por cierto, está más de cinco minutos narrando al detalle todas las entradas colapsadas a la gran ciudad.
Y explica los motivos y los accidentes y los kilómetros de colas y los coches atrapados desde hace horas.
La sensación de felicidad mientras miro el horizonte es indescriptible.
Un día más…
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